La Calle Santa Ana, flanqueada en toda su extensión por las moles de la Catedral Nueva y el antiguo Seminario, es el punto exacto donde comenzó su desarrollo la ciudad de Cuenca, hace medio siglo.
El 12 de Abril de 1557, un pequeño grupo de 30 personas, reunidas en la que era la única calle del lugar, junto a una acequia, fundaron de manera solemne la urbe, que ahora es Patrimonio Cultural de la Humanidad.

Desgraciadamente, la memoria de la calle, quedó dormida. El espacio de esta fue ocupado durante décadas para otros menesteres. Personajes abusivos terminaron por tapiarla mediante medidas arbitrarias y pasó a ser la extensión de un centro educativo, durante gran parte del Siglo XX.
Por suerte para la historia de la ciudad, la Calle Santa Ana, designada con el nombre de la madre de la Virgen María, fue rehabilitada para la circulación de peatones. Es un bello pasaje adoquinado a mitad de cuadra, que conecta de este a oeste la calle Benigno Malo con la Padre Aguirre.

Para los cuencanos, la calle es un símbolo de identidad y de la riqueza patrimonial de la urbe. Reabierta en 2017. Desde entonces no ha tardado en convertirse en un importante atractivo turístico del Centro Histórico.
Quienes tomen la decisión de caminar a través de ella deben hacerlo pausadamente. Solo así podrán captar detalles como los vitrales, el ladrillo visto o las esculturas de la Catedral Nueva de un lado; las ofertas de locales comerciales, restaurantes, cafeterías y la arquitectura del antiguo Seminario del otro lado.
Durante la restauración de la calle fueron abiertas dos ventanas arqueológicas, para la observación de vestigios, como los primeros desagües de la Catedral o un viejo pozo. Este último fue convertido por la ciudadanía en un “hueco de los deseos”. Lanzan a su interior monedas de distintas denominaciones o cartas.
